miércoles, 6 de agosto de 2014

Que tengas suerte, Ñato Brizuela

Ayer me enteré de la muerte del Ñato Brizuela. Bueno, ayer me enteré, pero en realidad su fallecimiento se registró hace un par de años aproximadamente. Coincidí en el Metro con un amigo en común y me comentó sobre su deceso; fue encontrado desmayado una mañana en una de las bancas del viejo parque de Santa Ana, pero en realidad había dejado de existir.

Conocimos al Ñato Brizuela cuando aún existía el gimnasio de El Marañón, en el lugar donde hoy queda el Mercado del Marisco. Era un viejo simpaticón, que vendía pendejaditas en las calles cercanas al Barrio Chino y entre las once de la mañana y las 12.30 de la tarde se "arrimaba" a ver los entrenamientos en el viejo hangar.

Un día se me acercó y después de intercambiar saludos, me dijo. "Carajo, cómo esta muchachada de pelaos me recuerdan mi época de gallito de pelea". La verdad fue que en ese momento supe que el Ñato Brizuela había sido boxeador, aunque su maltratado físico parecía más bien el de una figura del pancracio, de la lucha libre.

Es más, Brizuela ni era ñato, ni se llamaba así, aunque realmente nunca conocí su verdadero nombre. Una vez me contó que tuvo que cambiárselo porque su abuela, quien lo estaba criando junto a otros cuatro escuincles, se había enterado de su amor por las trompadas y le advirtió que se "dejara de esas vainas" (palabras más, palabras menos) o conocería realmente a quien le pesaban "las manos".

La verdad es que nuestro amigo tuvo una carrera poco exitosa y algo efímera en el negocio de las "narices chatas" y "orejas de colifor", pero no fue por Ma'Linda, como llamaba a su abuela, sino porque muy temprano se enteró de que el boxeo es ingrato, y no es para todo el que sueña ser algún día campeón del mundo.

Sus andanzas por los afamados cuadriláteros no sumaron más de diez encuentros, aunque tal vez fueron menos, todos en un año y siempre acompañado por su entrenador apodado "Piñata", un señor bajito y panzón que siempre le decía que llegaría a ser campeón del mundo, como Jack Johnson o Jack La Motta, o un ídolo como José Lombardo o Ismael Laguna.

"Siempre me decía antes de que tocara la campana, 'Que tengas suerte, Ñato', ese era su pregón", recordó en una ocasión mi avejentado amigo.

Pero su retiro se dio mucho antes de que se cumplieran las expectativas de "Piñata" y del propio "Ñato". "Una vez estaba esperando mi turno para salir a pelear, cuando llegó mi entrenador y me dijo que la función la habían suspendido, después de cumplirse los primeros cinco encuentros.

¿Pero porqué?, le pregunté. "Solamente habían dos pares de guantes y de segunda, tú sabes como son estas vainas, y al llegar a la quinta pelea, casi los pelao's se estaban dando de pescozones con los nudillos, así es que suspendieron la función, y como yo no pelié, no me dieron el peso que siempre daban", me explicó.

Pero eso no fue lo peor que le sucedió al Ñato y que lo hizo retirarse.

En otra ocasión, recordó que estuvo en una pelea importante. "Lo supe porque "Piñata" me dijo que habían apuestas; yo venía de dos victorias y el otro estaba invicto. Antes de que el árbitro nos llamara, mi entrenador me tomó del hombro y me dijo: 'Que tengas suerte, Ñato'.

"La pelea estuvo bastante pareja en los dos primeros asaltos, pero en el tercero logré conectarle un gancho y lo senté. Mira tú, el árbitro lo ayudó a pararse porque dijo que fue un resbalón. Fue algo increíble, la gente estaba pegada al ring, gritaban de todo y algunos nos tiraban cosas", prosiguió mi locuaz amigo.

"Volví a conectar al 'buay' y se volvió a caer; el árbitro comenzó la cuenta, pero como en cámara lenta, y cuando iba por siete...¡zuápatela! se fue la luz. "Piñata" me sujetó el brazo y me dijo que no me moviera, y cuando volvió la luz, todo estaba revuelto, y el otro pelao estaba fresco como una lechuga en su esquina".

"La gente, yo creo que echaba hasta espuma por la boca, aunque podía ser que no viera bien por el humo que había en todo el gimnasio. Todos pedían la decisión, unos gritaban mi nombre, otros coreaban a mi adversario. Pasaron varios minutos, en los que el árbitro bajó del ring a consultar a la mesa principal, y mientras tanto, "Piñata" me secaba y me secaba con un pedazo de toalla".

Pero espera Ñato, le interrumpí, ¿todo eso pasó en realidad? "Y, más", me respondió abriendo "inmensamente" sus ojos.

"El árbitro subió y me miró, y luego se dirigió a la esquina del otro muchacho y le levantó los brazos", me dijo.

¿Guat? Eso es mentira, le dije de sopetón. Tienes la imaginación digna de un escritor, le señalé.

El Ñato se me quedó viendo, abrió los ojos, y luego hizo un ademán como de persignarse, pero antes de terminar la acción, la suspendió en el aire.

"Mira, eso lo viví en carne propia", me espetó. "El árbitro le levantó el brazo al pelao ese, y luego bajó rápido del ring y...se formó la de San Quintín. Piñata me jaló por un brazo, cogimos la bolsa de mi ropa y salimos vola'o del gimnasio", culminó la narración el Ñato.

¿Y que pasó después?, le pregunté, resignado al hecho de que me estaba tomando el pelo. "Como que ¿qué pasó? No te dije que me retiré, pues".

A decir verdad, nunca le creí ese cuento ni otros tanto que me "echó", mientras veíamos las prácticas en el Pascual Ciela González de El Marañón.

Después llegó la invasión, ¨Pan de Dulce a la presidencia y la desaparición del vetusto gimnasio, que con ello se llevó centenares de historietas similares a las del Ñato Brizuela.

Jamás lo volví a ver y como les digo, nunca creí una sola palabra de esos cuentos, aunque siempre los escuché atento, porque además de entretenidos, eran contados por un señor mucho mayor que yo, y a los señores mayores se les respeta, y si es una dama, doblemente. Eso me lo enseñaron mis padres.

Cuentos o no, fue lo primero que llegó a mi memoria, cuando el amigo en común me volvió a hablar del Ñato y de su partida hacia lo desconocido. Sonríe para mis adentros.

Al bajar del Metro, al despedirme de mi amigo, la mente me traicionó, y le dije: "Hey Ñato, que tengas suerte".

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