El adiós de Oscar De La Hoya era uno de los más esperados en el mundo pugilístico, pero no necesariamente por la paliza que recibió por parte del filipino Manny Pacquiao sino porque su tiempo de colgar los guantes había llegado hacía mucho tiempo.
Sería impreciso decir cuándo fue ese llamado, algunos afirman que fue cuando peleó con Shane Mosley por segunda vez o cuando lo hizo con “El Verdugo”, Bernard Hopkins o tras su refriega con Floyd Mayweather. Lo cierto es que el retiro estaba marcado en su hoja de servicio desde hacía mucho, pero el “Golden Boy” nunca quiso advertirlo.
Y como aconteció con otras figuras que brillaron en este negocio, De La Hoya se va en un momento en que al boxeo como espectáculo no le hace ninguna falta, porque como toda actividad practicada por miles de hombres y mujeres cada día surge una estrella, a veces fulgurante, que llenan los espacios periodísticos y sus nombres las marquesinas de los grandes escenarios.
Se va porque “desde hace mucho”, según sus propias palabras, sus aptitudes no son las mismas, su velocidad ha disminuido. Es decir, se volvió viejo para una actividad que negocia sus mejores momentos en los años mozos.
Pese a esto, hay que reconocer que se fue uno de los grandes de la época contemporánea. Oscar De La Hoya fue uno de los excitantes púgiles de las dos últimas décadas, con un increíble carisma tanto para los hombres como para las mujeres que le rindió grandes beneficios económicos a él y a sus promotores.
También hay que hablar de sus seis títulos mundiales, la mayor cantidad lograda por boxeador alguno desde Ray “Sugar” Leonard, aunque en mi opinión no hay que hacerlo con tanta alharaca porque vivió en una época en que los cinturones eran regalados por las organizaciones internacionales. Solo tenemos que recordar la zambullida circense que dio el mexicano Jorge “El Maromero” Páez, cuando ambos disputaron el cetro ligero vacante de la OMB para saber de lo que hablamos.
No obstante, debemos reconocer que Oscar De La Hoya fue un boxeador con calidad, como señalamos anteriormente, que supo tomar el testigo que le dejaran excitantes gladiadores como el panameño Roberto “Mano de Piedra” Durán y el mexicano Julio César Chávez, entre otros, quienes también alargaron su hoja de servicio en el negocio de las narices chatas y las orejas de coliflor.
A decir verdad, es otro gran gladiador a quien hay que agradecerle su paso por el boxeo.
Ahora bien, De La Hoya no se retira totalmente del boxeo. Desde hace bastante tiempo incursiona en el campo empresarial con “Golden Boy Promotion” en la que sobresalen figuras como el estadounidense Hopkins y los mexicanos Marco Antonio Barrera y Daniel Ponce De León.
Y, como le aconteció en los cuadriláteros, quizás tenga que combinar los éxitos con los fracasos, las altas con las bajas, pero al final saldrá adelante como siempre lo hizo, porque hay que reconocer que Oscar De La Hoya también es sinónimo de TRIUNFADOR.
Sería impreciso decir cuándo fue ese llamado, algunos afirman que fue cuando peleó con Shane Mosley por segunda vez o cuando lo hizo con “El Verdugo”, Bernard Hopkins o tras su refriega con Floyd Mayweather. Lo cierto es que el retiro estaba marcado en su hoja de servicio desde hacía mucho, pero el “Golden Boy” nunca quiso advertirlo.
Y como aconteció con otras figuras que brillaron en este negocio, De La Hoya se va en un momento en que al boxeo como espectáculo no le hace ninguna falta, porque como toda actividad practicada por miles de hombres y mujeres cada día surge una estrella, a veces fulgurante, que llenan los espacios periodísticos y sus nombres las marquesinas de los grandes escenarios.
Se va porque “desde hace mucho”, según sus propias palabras, sus aptitudes no son las mismas, su velocidad ha disminuido. Es decir, se volvió viejo para una actividad que negocia sus mejores momentos en los años mozos.
Pese a esto, hay que reconocer que se fue uno de los grandes de la época contemporánea. Oscar De La Hoya fue uno de los excitantes púgiles de las dos últimas décadas, con un increíble carisma tanto para los hombres como para las mujeres que le rindió grandes beneficios económicos a él y a sus promotores.
También hay que hablar de sus seis títulos mundiales, la mayor cantidad lograda por boxeador alguno desde Ray “Sugar” Leonard, aunque en mi opinión no hay que hacerlo con tanta alharaca porque vivió en una época en que los cinturones eran regalados por las organizaciones internacionales. Solo tenemos que recordar la zambullida circense que dio el mexicano Jorge “El Maromero” Páez, cuando ambos disputaron el cetro ligero vacante de la OMB para saber de lo que hablamos.
No obstante, debemos reconocer que Oscar De La Hoya fue un boxeador con calidad, como señalamos anteriormente, que supo tomar el testigo que le dejaran excitantes gladiadores como el panameño Roberto “Mano de Piedra” Durán y el mexicano Julio César Chávez, entre otros, quienes también alargaron su hoja de servicio en el negocio de las narices chatas y las orejas de coliflor.
A decir verdad, es otro gran gladiador a quien hay que agradecerle su paso por el boxeo.
Ahora bien, De La Hoya no se retira totalmente del boxeo. Desde hace bastante tiempo incursiona en el campo empresarial con “Golden Boy Promotion” en la que sobresalen figuras como el estadounidense Hopkins y los mexicanos Marco Antonio Barrera y Daniel Ponce De León.
Y, como le aconteció en los cuadriláteros, quizás tenga que combinar los éxitos con los fracasos, las altas con las bajas, pero al final saldrá adelante como siempre lo hizo, porque hay que reconocer que Oscar De La Hoya también es sinónimo de TRIUNFADOR.
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